21 de agosto de 2010

La irónica necesidad escéptica de los videntes

  Las personas con habilidades especiales, llamémosles poderes psíquicos, mentales, adivinatorios, curativos, etc., tienen un problema. Existen farsantes entre ellos, les han salido competencias desleales y timadoras, personas que se hacen pasar por auténticos tarotistas o videntes, por auténticos quiroprácticos u homeópatas, por auténticos astrólogos o curanderos, engañando a la gente y aprovechándose de las verdaderas virtudes y prestigio de los reales. La crisis también afecta al mundo del esoterismo, haciendo que estos timadores aparezcan.


  ¿Qué pueden hacer todas las personas que trabajan en estos temas, para conservar su buen nombre y que no les tachen también de timadores? La respuesta es: nada. No pueden hacer nada, porque no hay forma alguna de diferenciarlos. Admitir que existen personas con poderes reales y otras con falsos poderes es como cavarse su propia tumba. Es así porque, después de admitirlo, inmediatamente la lógica nos empuja a pensar en un método para distinguirlos. Pero, desde el punto de vista del auténtico vidente (o curandero, etc.) ¿es conveniente encontrar ese método?

  Pensar en la forma de distinguir auténticos poderes de falsos poderes obliga a quien se lo plantee (sea practicantes de técnicas esotéricas o no) a aplicar el pensamiento crítico y a afrontar el tema con escepticismo desde el comienzo (es decir, suponer que no existen e intentar encontrar pruebas a favor). Me parecería muy irónico que apareciera un movimiento entre los ‘auténticos’ videntes para desenmascarar a los falsos. Eso no pasará nunca, ya que entonces utilizarían los mismos métodos que servirían para desenmascararlos a ellos. Básicamente, es meterse en un berenjenal: o admiten que cualquiera que tire las cartas es un auténtico tarotista (algo que no admitirían nunca, porque sería la ruina) o se arriesgan a aplicar los mismos métodos científicos propios de los que tenemos la ‘mente cerrada’ para distinguir lo que funciona de lo que no, con el peligro evidente de que no quede ni un solo adivino en pie. Se mire como se mire salen perdiendo. 

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